Uno de los grandes tesoros de la gastronomía mundial es el queso. O mejor dicho, los quesos. En plural. Porque su variedad es infinita, ya que pueden elaborarse con varios tipos de leche y las diferentes elaboraciones y curaciones a las que se pueden someter ofrecen resultados distintos: de vaca, de oveja, de cabra, cremosos, curados, frescos, duros, trufados, con la corteza enmohecida, con aromas fuertes, con sabores sutiles… Eso multiplica hasta el infinito los sabores y los matices de cada bocado. De hecho, hay más de 2.000 referencias en todo el mundo. Por eso es uno de los alimentos más consumidos en todo el planeta.
Y en los fogones, igual pueden acompañar una ensalada que meterse en el horno para que se fundan sobre unos canelones. Pero hoy hablamos de las piezas que salen de las manos de los artesanos y que sirven para redondear cualquier ágape con el mejor sabor de boca. En países como Francia, por ejemplo, están tan arraigados en la cultura culinaria que allí resulta extraño no acabar cualquier comida o cena sin hincarle el diente a un buen queso, que entre otras virtudes para la salud tiene un alto contenido en calcio (buen refuerzo para los huesos) y vitamina B (ideal para la piel).
Hoy en día, cada vez más restaurantes de nivel ofrecen a los comensales surtidos de quesos como broche final de altura. En el Restaurant Windsor, sabedores de su atractivo gastronómico, los tenemos en la carta de postres: un mueble con una selección de quesos afinados de temporada con leches de los mejores rebaños que te sorprenderá. Se pueden pedir tres, cinco o siete piezas, según el hambre o la pasión que tengas por los quesos, aunque nosotros recomendamos siete para descubrir todas las texturas y sabores posibles de las creaciones que te serviremos, elaboradas con diferentes tipos de leches, de diferente curación y tipo de pasta (blanda o dura).
El hecho de que la tabla esté seleccionada por un experto asegura su equilibrio e interés gastronómico. No solo eso: también se garantiza que estén bien afinados, algo muy importante, ya que llegan a la mesa con la temperatura y el corte exactos (cuña, rectángulos, formas irregulares, láminas finas…) para su disfrute absoluto.
Puedes maridarlos con vinos (incluso espumosos, dulces o amontillados) e incluso con cerveza o sidra, si así lo deseas; en este caso, te recomendamos que escuches las sugerencias de nuestro sumiller. Hay que tener en cuenta que la afinidad entre los quesos y los vinos se debe a que el queso es un producto graso y el vino es una bebida con acidez, y es el ácido del vino el que actúa como desengrasante limpiando la boca y arrastrando la untuosidad que deja el queso.
En Windsor (Barcelona) ya te lo recordamos, pero si preparas una tabla en casa no olvides empezar con los más suaves (suelen ser los quesos tiernos) y acabar con los más potentes (azules, ahumados…), para que estos no tapen el sabor de aquellos y así poder disfrutar plenamente de cada uno durante la degustación. Se recomienda comer un pequeño trozo de manzana verde o ácida, pan o bebidas para limpiar el paladar cada vez que se prueba uno y se va a pasar al siguiente para poder apreciar mejor los matices de cada pieza que se vaya a catar. ¿Puedes acompañarlos con algo más? Por supuesto: el membrillo, las nueces, la miel, las pasas, las uvas, los higos, las fresas y las mermeladas pueden formar una buena pareja de baile.