Pese a que tradicionalmente el rosado ha sido considerado por algunos un vino de segunda, una bebida plana y sin glamour alejada de los grandes blancos y los tintos con solera, por suerte esta mentalidad está cambiando en los últimos años. Numerosos enólogos con ganas de experimentar y espíritu transgresor están creando rosados de un nivel altísimo, que funcionan a la perfección en el aperitivo pero pueden ser también vinos gastronómicos, ideales para maridarse sin problemas con un menú largo y variado.
Cuando probamos algunos de estos rosados de altura –tanto los que se elaboran en pequeñas bodegas como aquellos que crean las grandes, cada vez más interesadas en trabajar estos vinos– corroboramos de inmediato que han sido injustamente relegados a un inmerecido segundo plano a lo largo de los años. Hay que tener en cuenta que cada rosado es un mundo, y que podemos encontrar tanto vinos con cuerpo, de una complejidad que no tiene nada que envidiar a muchos tintos, y otros fáciles y frescos, perfectos para el aperitivo. Afrutados, ligeros, intensos, florales, complejos, fáciles, suaves, potentes, dulzones, persistentes… Hay tantos rosados cómo personas, gustos y situaciones, y una de las tareas que nos complace llevar a cabo en Windsor es ayudar a cada cliente a encontrar el suyo.
Es cierto que el rosado es un vino ideal para el aperitivo, que servido a unos 13º (algo más de lo que generalmente se recomienda) se lleva de maravilla con gambas y conservas frías. Su frescura casará a la perfección con esos manjares de aperitivo que nos ayudarán a ir abriendo boca antes de pasar a propuestas y vinos más complejos. Lo mismo ocurre con su sabor afrutado y goloso, perfecto para preparar el paladar para las emociones fuertes que están por llegar en el ágape. Del mismo modo, el rosado suele ser un vino perfecto para postres –aunque aquí tendría que competir con los maravillosos vinos dulces–, que actuará como un fin de fiesta envidiable gracias a su frescura y a su potente sabor a fruta fresca e incluso a golosinas.
Pero hay más. ¿Por qué no tomar una copa de rosado a secas, a media tarde o a media mañana, acompañada de unos frutos secos salados, como unos cacahuetes? El punto de sal del cacahuete se llevará a las mil maravillas con un vino que puede oscilar desde el color rosa pálido hasta un potente rosa-casi-rojo, que nos revelará matices que le permitirán trascender el aperitivo. Porque, ¿qué mejor que maridar un vino rosado bien fresco y con una buena acidez con paellas de verduras o de marisco? Son platos con un punto graso, pero no lo suficientemente pronunciado como para no respetar el aroma del vino en boca. El arroz ahumado de verduras o el de cabeza de gamba que tenemos en Windsor serían, entre otros, platos perfectos para darse la mano con un rosado de estas características.
En la misma línea, los arroces con pollo (si hablamos de otras carnes tendríamos que pasar ya a otra tipología de vinos) son buenos amigos de los rosados, lo mismo que los platos de pasta rellena o gratinada, los vegetales, los quesos frescos, la carne de ave el general o algunas ensaladas. ¿Algunos ejemplos de nuestra carta? Desde el asado de alcachofas con gambas de Palamós, hasta una ensalada tibia de verduras asadas o unos tagliatelle al huevo con rúcula, tomate seco y kalamatas.
Otra idea sobre los rosados que conviene erradicar, para poder disfrutar de todas las posibilidades que nos ofrecen estos vinos, es que funcionan únicamente cuando hace buen tiempo. Los rosados son vinos excelentes también en invierno, versátiles, delicados, que van a maridar tanto con un risotto como con un plato de pasta.
Por fortuna, hay un rosado para cada sensibilidad. ¿Algunas recomendaciones? Sin duda, estas.
Empordà
– Caminito (Terra Remota)
Syrah i Garnatxa
2014 31,20 €
Penedès
– Gran Caus Merlot (Can Ràfols del Caus)
Merlot
2015 27,90 €
– Radix (Parès Baltà)
Syrah
2016 32,00 €
Côtes de Provence
– By Ott (Les Domaniers)
Garnatxa, Cinsault i Syrah
2016 32,50 €